EL PROBLEMA ENTRE LA TÉCNICA Y LA POLÍTICA

por: Juan David Barreto y Diego Gilberto Suárez

En numerosas ocasiones el hoy candidato presidencial Enrique Peñalosa ha hecho manifiesto su desprecio por la “politiquería”, tal es su aberración a esta que la ha considerado el primer punto de diferenciación con los otros candidatos en esta contienda electoral. Si bien es cierto que no pertenece a la clase política tradicional tampoco nos engañemos suponiendo que su origen es popular: Su padre fue embajador de Colombia ante la ONU y Ministro de Agricultura durante el Gobierno de Carlos Lleras Restrepo, siempre muy cercano al partido Liberal Colombiano. Por otro lado el candidato ha insistido en su capacidad gerencial, administrativa y técnica, ha sostenido que su administración estará rodeada de las “mejores personas”. Algo no muy distinto a su campaña por la alcaldía de Bogotá. En este sentido, ni los más versados analistas se atreven a fijar la tendencia política de Enrique Peñalosa, quien ha tenido colaboraciones en su vida pública de distintos sectores políticos del país, empezando por su origen en el partido Liberal, pasando por el apoyo del Uribismo y algún sector del movimiento Progresista. Aunque él mismo se define como de “izquierdas” su única victoria electoral, en 1998 la obtuvo con un movimiento independiente.

En Colombia los gobiernos de los “outsiders” o políticos no tradicionales han demostrado ser capaces de implementar grandes cambios en las políticas públicas, dado que en principio no están atados al pago de favores políticos. No hay que olvidar que la capacidad de gerencia y ejecución del presupuesto público muchas veces se ve entorpecida por la influencia de burócratas “no competentes” que llegan como cuotas políticas. Sería absolutamente deseable que los “más capacitados” ostentaran los cargos de decisión y que llegasen allí por sus méritos antes que por su ascendencia familiar o círculo de amigos.

Empero, suponiendo que esta apuesta sea verídica, se debe advertir que trae consigo un par de inconvenientes que el ex alcalde hábilmente omite de su discurso por desconocimiento o calculo. De un lado está el más que evidente problema de que la política (no la politiquería) cumple una función social fundamental en términos de resolver y equilibrar por la vía no violenta conflictos e intereses que buscan imponerse unos a otros de forma caótica. Pero Peñalosa olvidó todo tipo de política y se aferró a su negación por las formas tradicionales de la politiquería en Colombia, olvidando que existe un quehacer político que, no se limita al ejerció electoral y que existen mecanismos políticos que pueden resolver grandes enfrentamientos entre grupos de interés. El problema práctico es que el desconocimiento de esta realidad lleva al candidato a ser un pésimo político que no logra identificar estos enfrentamientos y por lo tanto a una limitada capacidad de gestión de los mismos, situación que en el gobierno puede significar múltiples tropiezos y opositores que en algunas regiones puede significar una crisis de gobernabilidad.

Ahora la segunda desventaja gira en torno a la pregunta ¿Qué es gente buena, buena gerencia y trabajo técnico? Veamos; Peñalosa como buen economista norteamericano, ha despojado las ciencias humanas y sociales de su condición cualitativa y por lo tanto subjetiva de su quehacer diario. Esto no quiere decir otra cosa más que para el exalcalde la acción pública es objetiva, y por lo tanto puede realizarse acciones plenamente técnicas sin que estas estén ideológicamente marcadas. Esto es a discutible, en tanto toda acción técnica involucra una apuesta ideológica, que deviene de su origen, por lo cual es muy difícil pretender su objetividad. Más claro aún, detrás de cada decisión disfrazada de técnica, hay unos intereses políticos o económicos que favorecen a unos y perjudican a otros. Así, por ejemplo si se analiza tanto el perfil, como el historial público del candidato queda al descubierto que está convencido de la “reducción” de las funciones del Estado y de la premisa neoliberal de “tanto mercado como sea posible, y tanto Estado como sea necesario” es así como se ha rodeado en su equipo de trabajo de personas que comparten esta doctrina y que al mismo tiempo pretenden asumir su apuesta política como verdad indiscutible.

Esto implica que la discusión política sobre las funciones y responsabilidades del Estado es simplemente negada, al igual que cualquier otra que suponga cuestionar su tecnicismo. Del mismo modo se menosprecia la contienda política tildando a las otras campañas de politiqueras, alejando del ciudadano común, la discusión de las soluciones a sus propios problemas, apelando a tecnicismos propios de académicos especializados que en muchos casos podrían ser discutidos, por lo que el discurso sobre la democracia y la igualdad que maneja en su campaña quedaría vacío.

En caso de que Enrique Peñalosa sea elegido presidente de la república se encontrara con un congreso que en principio parece adverso, situación en la que ya estuvo en la alcaldía de Bogotá cuando se enfrentó a un consejo contrario a sus propuestas. Para un político (que comprende lo que se acaba de exponer) esta situación se resuelve con un delicado equilibrio entre los distintos grupos de interés por los que está compuesto el congreso. La solución de Peñalosa en su momento en la dirección de la alcaldía de Bogotá fue un análisis costo beneficio, “que quieren para que me dejen gobernar”, lo que devino en la entrega de ciertas dádivas a cambio de apoyo, solución muy tradicional (y hasta cierto punto legal) en la política Colombiana, sin embargo al juzgar al consejo como politiquero, desconoció los intereses reales que representaban cada uno de los concejales, y la entrega de “privilegios” no estuvo en función de equilibrar esos intereses sino en función de liberar la administración. La consecuencia fue previsible la administración alcanzo la libertad anhelada pero su gobernabilidad se fue al piso, su legitimidad cayo rápidamente y en poco tiempo se convirtió en uno de los alcaldes con menor índice de favorabilidad en Bogotá, cuando apenas alrededor del 11% aprobaba su gestión en la mitad de su mandato, situación que se revertiría al final de su periodo cuando se convirtió en el alcalde más popular de Colombia con cerca del 70% de aprobación.

Ahora, es claro que la complejidad y el alcance de los poderes que están hoy en el congreso no son siquiera comparables con los que se jugaban en ese entonces en el consejo. La miopía política de Peñalosa está comprobada, pero peor aún insiste en ella, su desdén por la política en su sentido amplio en el Palacio de Nariño conllevara a un impacto negativo de la “gobernabilidad” lo que no quiere decir la caída de su gobernó pero si una fuerte limitante en la implementación de su programa.

En ese orden de ideas, el candidato se ha mostrado partidario de adelantar una reforma a la justicia, eliminando el consejo superior de la Judicatura, otra reforma que elimine la reelección presidencial y más bien extienda el periodo por 6 años, y otra más que disminuya sustancialmente la capacidad de la procuraduría para sancionar funcionarios elegidos.

Sobre el proceso de paz, el programa de Peñalosa no presenta ninguna propuesta, dado que el candidato ha señalado que la paz ni siquiera debería ser un tema de campaña, ha afirmado en varias entrevistas que ese debería ser un tema de Estado, independiente de los avatares electorales y que del gobierno de turno; la paz debe ser un interés superior. Por ello únicamente ha mostrado su apoyo al equipo negociador en la Habana a quien ratificaría sin modificaciones de ser elegido presidente, de igual manera, se ha mostrado partidario de hacer posible la participación política de los miembros de las FARC luego de un acuerdo de paz. Con esto se ha mantenido más bien cercano a la continuidad de lo hecho en el gobierno Santos, estrategia aplicada teniendo en cuenta que este sí que ha sido uno de los puntos álgidos de la campaña, con lo que se intenta dar tranquilidad al electorado interesado en la continuidad de los diálogos. Por otro lado, Peñalosa se ha mostrado contrario a la posibilidad de realizar una Asamblea Nacional Constituyente para ratificar lo acordado en la mesa, al considerarla un mecanismo innecesario, dado que las instituciones, deben estar en capacidad de hacer las reformas pertinentes para consolidar la paz.

En líneas generales las propuestas de Enrique Peñalosa y su equipo, no significarían grandes transformaciones en la vida política nacional, consisten básicamente en mantener los mismos elementos reordenados, en dónde el eje de su campaña no va mucho más allá de la pretensión arriba expuesta sobre su lucha contra la politiquería y los mecanismos tradicionales de la política en Colombia, cuyas dificultades en un eventual gobierno han sido ya tratadas.