EL VOTO EN BLANCO, EL DILEMA DEL DISIDENTE

por: Diego Gilberto Suárez

En el presente artículo se realizará un breve esbozo sobre el significado y las consecuencias establecidas en la ley para el voto en blanco, así mismo se analiza su condición política e indaga sobre las consecuencias institucionales de una eventualff victoria.

Una vez superada la prueba electoral del congreso y ante la proximidad de las elecciones presidenciales, el voto en blanco se perfilaba en las encuestas como una importante opción ciudadana. Sin embargo, antes de adentrarse en el análisis de este fenómeno, es indispensable considerar las disposiciones legales de esta figura electoral, las cuales están establecidas en la Constitución Política de Colombia modificada en su parágrafo 1° del artículo 258 por el acto legislativo 01 de 2009, la cual menciona que:

“Deberá repetirse por una sola vez la votación para elegir miembros de una Corporación Pública, Gobernador, Alcalde o la primera vuelta en las elecciones presidenciales, cuando del total de votos válidos, los votos en blanco constituyan la mayoría. Tratándose de elecciones unipersonales no podrán presentarse los mismos candidatos, mientras en las de Corporaciones Públicas no se podrán presentar a las nuevas elecciones las listas que no hayan alcanzado el umbral”.

De igual forma, la Corte Constitucional en sentencia C-490   “declaró la exequibilidad de la Ley 1475 (Reforma Política), [donde] el voto en blanco es ‘una expresión política de disentimiento, abstención o inconformidad, con efectos políticos’” (Registraduría Nacional de Estado Civil).

De estas disposiciones se podría deducir en primera instancia un problema de funcionalidad, esto con respecto de las corporaciones públicas donde la victoria por mayoría absoluta del voto del blanco no garantiza una renovación para aquellas listas que superen el umbral electoral que hoy en día es del 3%. Sin embargo, en las elecciones unipersonales (presidencia, alcaldía o gobernación) de darse la victoria del voto en blanco (por la mitad más uno del total de los votos) obliga a la sustitución de todos los candidatos y por tanto a una renovación. Lo anterior según la norma solo sucederá una única vez, es decir que en caso repetirse las elecciones con nuevos candidatos y si volviera a ganar el voto en blanco estas NO se repetirían, de modo que los candidatos con las dos mayores votaciones pasarían a segunda vuelta donde aplica la regla de la mayoría simple: el que tenga más votos gana. Es entonces evidente que la expresión política de disentimiento, abstención o inconformidad no tiene efectos tan severos como se esperaría.

Ahora, en términos políticos el asunto no varía mucho. Como bien lo señala Camilo Acosta en un artículo del portal de internet “Las dos orillas”, los sistemas políticos modernos tienen dos criterios de estudio: la legitimidad y la legalidad. Así, “el voto en blanco pretende entregarle legitimidad a la democracia mediante un mecanismo legal. Pero lejos de hacerlo, las artimañas de los honorables padres de la patria, hicieron del voto en blanco un sistema para conservar el poder en la legalidad, sin importar la legitimidad” (Acosta, 2014). En últimas, el problema que señala Acosta es que la legitimidad del sistema político es nula cuando la mayoría ha elegido que ninguno de los candidatos lo convence, sin embargo la legitimidad del sistema político y electoral es algo más compleja. Que los colombianos elijan en las urnas instaladas y administradas por el aparato de Estado, que esperen el escrutinio que también hace el aparato de Estado y que asuman las consecuencias de los resultados emitidos por un vocero de ese mismo aparato, deja ver que existe una confianza en las instituciones. Es decir, la victoria del voto en blanco supone que lo que está en cuestión (lo que carece de legitimidad) no son las instituciones, y por lo tanto tampoco el procedimiento, sino los candidatos.

En este sentido, la victoria del voto en blanco sería una situación sui generis donde las instituciones detentan legitimidad pero quienes las administran (o pretenden administrarlas) no lo hacen, con lo cual se configura un contexto políticamente muy complejo. En este escenario y siguiendo a Max Webber, hablaríamos de estar frente a una situación de altísima legitimidad legal-racional y muy baja legitimidad carismática. Por lo tanto, el elector tendría que ser capaz de discernir con total claridad entre la institucionalidad de la burocracia y la de los líderes, cosa que sería toda una novedad en un país como Colombia altamente confesional.

Ahora, existe la posibilidad de que tanto el sistema político institucional como los lideres carezcan de absoluta legitimidad, pero dados los reducidos espacios de participación ciudadana, estos se ven obligados a hacer uso de las pocas herramientas a la mano para mostrar su inconformismo y toman una decisión política no muy lejana a la elección del “mal menor”; van a las urnas y votan en blanco. Esto nos deja en escenario aún más complejo, ya que supone una absoluta inconformidad con todo el aparato de Estado incluyendo sus líderes, pero al tiempo se recurre a los mecanismos que ofrecen estas mismas instancias para demostrar una disidencia. El problema aquí radica en últimas, en que el voto (mecanismo electoral) recibe legitimidad tácitamente, lo implica que parte de la institucionalidad si tiene legitimidad.

Por otra parte, la abstención resulta mucho más alarmante en términos de legitimidad, la cual ya en muchas ocasiones ha alcanzado un poco más de la mitad del censo electoral. Sin pretender saber las múltiples razones de este fenómeno, lo cierto es que políticamente hablando y considerando la abstención como una opción electoral, lo que demuestra es una absoluta falta de legitimidad de las instituciones de los candidatos y en general del sistema político. Y ya que ésta es una opción legal, el abstencionismo parece ser un mejor ejemplo del mantenimiento de la legalidad a costa de la legitimidad, por su parte el voto en blanco parece más una forma de garantizar la gobernabilidad, es decir, de poner algunas limitaciones para dificultar, en este caso, la llegada a la Casa de Nariño de personas que no gozan de amplio apoyo civil.

Superando toda esta maraña de problemas jurídico-políticos ¿Qué significaría la victoria del voto en blanco más allá de los mencionados problemas de legitimidad a los que someterían los actuales candidatos? Pues bien, considerando la coyuntura del país, sería un gran golpe para la institucionalidad política paralela al Estado, es decir para los partidos políticos, los cuales hoy enfilan todas sus energías en cada uno de sus candidatos. Sin duda reponerse de un golpe así, les llevaría mucho tiempo.

De otro lado, la postulación de nuevos candidatos y por ende, de nuevos planes de gobierno, resulta muy compleja. Hoy el principal tema en discusión entre los candidatos que puntean en las encuestas es la paz, en concreto, el proceso de la “paz” con las FARC-EP, sería difícil pensar en nuevos candidatos que no se refieran a este problema. En educación hoy se encuentran en punga los modelos de subsidio a la oferta, privatización, tecnificación y subsidio a la demanda, imaginar algo diferente también es difícil. Con respecto a la justicia, todos coinciden en la necesidad de una reforma, con lo se daría una posible una renovación pero no dejaría de ser un matiz más. Así se podría seguir analizando tema por tema, con la pluralidad en los candidatos actuales resulta casi imposible pensar alternativas sin una modificación sustancial del Estado que requeriría de la aprobación del Congreso, el cual difícilmente dejaría pasar cambios de ese talante en el estado actual de cooptación por parte de los partidos. Y como el voto en blanco no implica un trastrocamiento del orden jurídico del Estado, mientras este no alcance la tan anhelada mitad más uno (y aún si la alcanzara), en términos de cambio político e institucional no dejará de ser un saludo a la bandera.

No obstante, el voto en blanco si tiene un gran potencial, el de decirle “no más” a la oligarquía política del país. Los nombres que hoy se barajan en la lista de candidatos presidenciales son los hijos, hermanos, primos, sobrinos, nietos, primos, tíos, tías, etc. de los que siempre han gobernado a Colombia; una “clase rara” que se reproduce entre sí y se reparte los más altos cargos de poder. Es posible que entre ellos el “mérito abunde”, pero la verdad es que todos han recibido una ayuda de más de su familia. La victoria del voto en blanco también es un mensaje muy fuerte a esa clase, un reclamo por una apertura democrática.

Vote como vote o no vote, tómese su tiempo, no es una decisión fácil, usted esta decidiendo el futuro del país y aunque un voto parezca muy poco respecto de la gran cantidad de quiénes toman la decisión, considerar todas las opciones lo dejará más tranquilo y con ideas más diáfanas (para evitar el hoy eufemístico “claras”) respecto de cuál es el futuro que usted quiere para Colombia.

Referencias: