EL BAILE DE LOS QUE SOBRAN, DE LOS NO CONTADOS.

Por: Diego Suárez

Este artículo pretende explorar el panorama de la disidencia electoral en la segunda vuelta presidencial. Para lograr esto se iniciará con un breve recuento del voto en blanco, continuará con una reflexión sobre la abstención, posteriormente se examinará la disidencia electoral, para concluir con un panorama de las de las elecciones en segunda vuelta.

Una vez realizadas las reflexiones generales sobre el voto en blanco (Ver el artículo), aquí se tratarán los matices que tiene esta opción en segunda vuelta. Como todos saben el voto en blanco será la tercera casilla que se encontrará en el extremo derecho del tarjetón electoral en las próximas elecciones del 15 de junio por la segunda vuelta presidencial. Por ese simple hecho no sobra recordar que el voto en blanco si tiene personería jurídica, es decir, si es una opción para la ciudadanía. Esto significa además que esos votos no se van a sumar a nadie y que serán contados y asignados al renglón voto en blanco.

Por otro lado están las tan sonadas consecuencias reales del voto en blanco, que tiene una diferencia sustancial con las condiciones de primera vuelta. Como lo anunciamos en el anterior análisis, la victoria absoluta (la mitad más uno voto) del voto en blanco implicaba la retirada de todos los candidatos y la inscripción de nuevos. Ahora en segunda vuelta, como ya lo mencionó el registrador en una lectura muy particular de la ley, pero igualmente válida, la victoria del voto en blanco NO tiene efecto alguno. La razón no está en la reglamentación del voto el blanco, la cual prevé este mecanismo para todas las elecciones unipersonales (como lo es la elección de la presidencia), sino en la reglamentación de las segundas vueltas presidenciales, donde queda claro que la victoria será para quien obtenga la mayoría sobre el otro candidato, no sobre todas las opciones, incluido el voto en blanco. Puede parecer una interpretación muy normativa pero así está estructurado el sistema electoral.

Dejando zanjada la discusión del voto en blanco con las anteriores aclaraciones, el principal fenómeno al que se enfrenta un análisis sobre la disidencia electoral es la abstención. Ésta al igual que el voto en blanco está contemplada en la ley y es una de las libres elecciones ciudadanas, las razones de su existencia solo pueden ser resueltas por las consciencias de nuestros constituyentes, pudo ser un mecanismo para amortiguar la falta de legitimidad del sistema político, una forma de garantizar que las élites pudiesen continuar sus prácticas clientelistas, o tener el noble objetivo de respaldar la libertad de todos los ciudadanos de mostrar su inconformismo con la democracia representativa liberal. Cualquiera que haya sido la razón, habían tantos temas importantes por tratar en aquella constituyente de hace 23 años que este tema no fue el que suscitó las más álgidas discusiones.

Sin embargo más importante que su existencia jurídica, son las razones de su existencia práctica, es decir ¿Por qué lo colombianos no vamos a votar? Este si es un terreno más pantanoso y oscuro que el de las consciencias de los constituyentes. Y es que las razones para no ir a votar pululan en cada esquina. La tradición democrática en Colombia y sobretodo en las grandes masas, siempre, siempre ha sido muy débil, por los fraudes electorales que suceden en todo lugar (incluso en los Estados Unidos que tanto dicen respetar la democracia participativa), porque casi ningún cambio real en la política colombiana se ha dado por las urnas, pero aún más evidente, porque en Colombia siempre gobiernan los mismos y cuando gobiernan otros ahí están los mismos detrás usándolos de “títeres”; llámese, Santos, Lleras, López, Obregón, Holguín, y más recientemente Gaviria, Uribe, Lacouture, son un todos con todos. Todos son familia, si incluyendo la opción de izquierda democrática López Obregón, ellos conforman la oligarquía colombiana que nunca llegó a burguesía nacional, simplemente viven del poder.

Y es que el nepotismo en Colombia es tan grande que el que no haga parte de la camada no solo no puede ocupar altos cargos públicos sin que eso implique un esfuerzo sobre humano en comparación a los de la coloquial “rosca”, sino que en los cargos de elección popular o se hace lo que ellos dicen o lo matan, a unos políticamente y a otros físicamente, siendo esta última la salida preferida de la oligarquía colombiana. Quien va a una urna después del asesinato de su candidato, la complicación no reside en examinar los cambios que representaban aquello que ya no nos acompañan porque probablemente los que lo querían poco seria lo que pudieran hacer, con esta realidad institucional y porque otro poco no quería hacer mucho. Sin embargo, ni la institucionalidad ni los colombianos somos conscientes del perjuicio que ha significado esa política de eliminación del adversario político. “Aquí gobiernan los de siempre, ir a las urnas es perder el tiempo” este es sin lugar a dudas uno de los principales argumentos y vaya que es un argumento con mucho respaldo histórico.

Ahora, úsese el argumento que quiera o todos juntos, la abstención es un resultado de una endeble democracia pese a todo el discurso mediático y de los candidatos. La verdad es que la debilidad institucional en Colombia tiene su máxima expresión en una enclenque democracia, que además de contar con una abstención histórica de más del 50%, esta narcotizada y militarizada. Los contrapesos al poder no han sido institucionales; han sido las brocas entre hermanos de esa oligarquía criolla. Pero en últimas todo queda en familia y cuando llega la hora un buen apretón de manos sella la alianza que deja siempre a los disidentes, removidos, destituidos, substituidos o excluidos.

La gran sorpresa es que la participación en estas elecciones ha sido muy baja a pesar de que no solo definen un relevo en el poder, sino que son unas elecciones históricas y muy importantes para precisar el modelo de solución del conflicto armado (no del conflicto social). Lo que ignoran aquellos sorprendidos es que los colombianos han aprendido a vivir con miedo y a hacer de este un buen chiste, como ya lo dijo Jaime Garzón, y cuando se aprende a vivir con miedo la guerra deja de doler. Colombia es un país que de tanta mella ya tiene callo, y la puntiaguda piedra de la guerra ya no duele.

Resumiendo: un nepotismo incalculable, una democracia sumamente débil y una sociedad que vive en guerra parecen ser razones más que suficientes para justificar un abstencionismo del 60%. En este panorama se sucede la segunda vuelta presidencial, que no define mucho más que el tono con el cual se profundizará el modelo neoliberal, lo que se constituye en una razón más para dejar que otros decidan.

Es por eso que esta elección se decidirá por un fenómeno muy interesante en los ciudadanos que habitualmente ejercen su derecho al voto: el “voto en contra”. Este fenómeno que no es otra cosa que entregar el voto a un candidato con el único objetivo de evitar que su contendor llegue al poder, se ha convertido en una tendencia muy fuerte. Así, las elecciones se definen por qué tanto sentimiento de rechazo evoca cada uno en los electores y como lo capitaliza su contendor.

En este sentido, muchos argumentan que dejar el gobierno en manos de santos es entregar el país a la guerrilla y del otro lado, que poner a Zuluaga en el poder no es otra cosa que darle otra reelección a Uribe. Lo anterior explica porque la campaña electoral se ha basado en acusaciones mutuas, ya que tal vez la única diferencia programática es el manejo del conflicto armado y en alguna medida las relaciones internacionales del país; la agenda en el resto de los aspectos es casi idéntica. En esta realidad es que los medios insisten en la importancia de salir a votar.

Señor o señora disidente, excluido, subalterno, desconocido, si usted no se siente recogido en ninguna de las dos propuestas, está excluido porque pase lo que pase haga lo que haga uno de esos dos señores va a ser el próximo presidente y usted seguirá en su misma situación. Puede que esté convencido que votará por Santos para evitar a Zuluaga o votará por Zuluaga para evitar a Santos, pero aún si gana su candidato recuerde ese es el gobierno de los mismos con los mismos. Si se busca un cambio real de las condiciones de vida de los colombianos, no será en estas elecciones y probablemente en ninguna otra.

En esta trágica situación aún hay algo de cinismo e ironía en el actuar electoral de los colombianos; ¿Cuántos abstencionistas y votantes en blanco se toman 30 minutos de su tiempo para pensar su decisión? ¿Cuántos de los votantes contra Zuluaga y los votantes contra Santos hacen lo propio? Si usted es un santista o zuluaguista convencido, probablemente este artículo no se sea de mayor utilidad, pero si usted es un disidente vaya a votar o no, vote en blanco o no, vote por uno o por el otro ¡piénselo!, no porque su voto cambie el resultado de las elecciones, sino porque le guste o no, ese es su compromiso por ser colombiano, pensarlo.